Transmetropolitan es un tebeo americano publicado por DC Cómics que no tiene que ver con superhéroes al haber acabado como parte de su línea Vértigo, ideada para lanzar historias de corte más maduro que, según tratemos una serie u otra, está poco o nada conectada con la DC que conocemos con superpoderes. La línea se presta más a cómic que si quizás no podamos llamarlo ''de autor'' si se da más manga ancha y sus creadores suelen mantenerse a cargo y tener la potestad de terminarlas algún día. Transmetropolitan la lleva a los guiones Warren Ellis durante todo su transcurso y ya ha acabado con un final coherente y sin prisas (nada de hacer un chapuz porque no la compraba nadie y apenas cerrar tramas, que es la única forma en que cierran las coles de superhéroes).
Transmetropilitan es una serie de ciencia ficción ciberpunk de verdad. Sostengo esto porque a pesar de los coches voladores, las inteligencias casi-humanas y partes mecánicas implantadas en el cuerpo a las que estemos acostumbrados (sí, propias de Blade Runner, pero también de la novela Neuromante), el movimiento ciberpunk, al menos originalmente, ha versado siempre sobre el poder del conocimiento, la forma de moverse dicha información en forma de datos y quienes con conocimientos aplicados acceden a esta, los hackers. Un hacker, en su sentido más correcto y puro, es alguien que accede a la información; así que no es raro que nuestro protagonista no sea un mercenario corporativo ni nada parecido obviando ciertos vicios e ideas preconcebidas sobre este subgénero, sino un peculiar periodista de investigación.
Spider Jerusalem es un personaje punkarra, molesto, violento y peca de histriónico a veces; pero es un periodista de raza y alguién con un compromiso con la verdad, con bsucarla, con obtenerla con métodos reprobables, con exponerla a su sociedad. Podría haber sido un hacker, pero es un trasunto del real periodista Hunter S. Thompson del que toma (y exagera) aspecto y actitudes. No en cuanto mostrarnos abiertamente qué es el periodismo gonzo que él mismo creó, (lástima, uno de los puntos más interesantes de la figura), pero si en cuento sus celosos retiros paranoides protegido con armas de fuego, su amigabilidad con las drogas o el tomarse como enemigo personal a un presidente que consideró poco menos que ímpio (en su caso Nixon) y como meta el hundirlo. De hecho, por ahí acaba derivando la serie. También se intenta emular su forma de describir la realidad en sus letras, aunque con menor fortuna. Pueden encontrar algunas de sus obras publicadas en Castellano y una libre y (apropiadamente) lisérgica adaptación en el film Miedo y Asco en Las Vegas de su libro del mismo nombre.
Transmetropolitan es, no vamos a engañarnos, una obra muy irregular. El dibujo cumple, pero muchas veces no pasa de hacer eso y serías dificultades para llegar a hacerlo. El dibujante que crea el aspecto de personajes, logo y el mundo futuro; tiene que ceder la tinta y más de un invitado a hacer los lápices es... una invitación de necesidad. Vamos, que es porque lo haga alguien. Caras raras que hacen monstruo del personal y acción estática mal mostrada (sí, se es que redundante) se da en esos bajos momentos.
Desgraciadamente, es algo a lo que tenemos que hacernos el cuerpo en Vértigo salvo contadas ocasiones en las que el dibujante puede cumplir, el presupuesto cumple con ellos o no les aparecen más interesantes ofertas con tipos en pijama. A veces se dan las tres cosas, a veces el guionista es un tipo muy pagado de sí mismo que no entiende que quien dibuja, ilustra, y quien lo hace en un medio mixto como es el cómic es co-creador. Sam Kieth, por ejemplo, no quiere saber de Sandman por esto mismo, y entre una cosa y otra no tenemos la permanencia de quienes arrancan (y crean) las series a los lápices. Casos como el de Steve Dillon en Predicador son los raros, y si ustedes seguieron Animal Man en los tiempos de Grant Morrison estarán acostumbrados a leer en Vértigo interesantes y osados guiones (normalmente) con dibujantes primerizos y mediocres (casi siempre).
Esto no es tan acusado en Transmetropolitan y Darick Robertson está muy presente y sus sustitutos no son especialmente malos (aunque deben revisar como se dibujan los cráneos humanos). Uno piesa en que podría haber hecho Brian Bolland con la serie, pero seguramente no tendría ese toque extraño y spoof de los secundarios, viandantes y situaciones vistas de fondo en abigarradas multitudes para representar lo grande y loca que es la ciudad, mezcla de etnias de todo tipo, cubridora de toda clase de necesidades y donde todo vicio y fetiche se compra y se realiza.
Desgraciadamente, esta irregularidad la tenemos en el guión y ahí es donde nos duele. La seríe comienza de manera algo errática, pero brillante. El problema es que Spider Jerusalem aparece, como bien indican en el podcast La órbita de Endor, como un personaje de dibujo animado con ataques de ira, histrionismo y violencia ligeramente justificada pero nada comedida. Por ejemplo, y sin descubrirles nada, que vuele el bar que visitaba en su retiro al principio del cómic es gracioso, pero convierte a nuestro protagonista en un asesino múltiple y no tiene nada que ver con el personaje que desarrolla posteriormente.
Se pasa de rosca. Conocí la serie en su momento, a finales de los 90, y le di una oportunidad. Sin embargo, la dejé. y no solamente fue por la pasta. Fue precisamente por estos dubitativos principios.
Ese primer Spider Jerusalem, inmaduro (como persona y personaje) me empachaba y me empacha. No es porque hostie a quien se encuentra y le contradiga, no es por sus continuas palabrotas en artísticas retahilas, las referencias sexuales o a las drogas, crecí leyendo El Víbora; lo que hace que no me asuste de nada, pero sí que sea muy poco paciente con la falta de contenido por mucha pose punki. Spider me parecía que venía a contar eso, un pavo convencido de tener la Verdad, de chulo por la vida. Se encuentra en una escena (forzada) con el presidente del país y le provoca con un artílugio diarrea tras darse otro discurso. Algo así como los primeros tebeos de Max, vaya.
La serie empieza a desarrollar sus mejores tedencias a partir del número 7. Mantiene su humor negro, la crítica social a través de éste, y la denuncia social. Se permite algunos ciclos cerrados que no nos llevan a ninguna parte y son pequeñas históricas o pasajes cómicos; pero que se agradecen en el total (esto es una serie de comic books, no se le puede exigir el trazado certero de los albumes). La cosa se vuelve prodigiosa y sin prácticamente problemas de ritmo cuando pasa a la metratrama de la serie: destruir a un nuevo presidente que no duda en hacer a su antojo usando todos sus medios para quitar de la ecuación a Spider, que le encumbró tan rápido como luego le cubrió de mierda.
Nunca he creido que Neil Gaiman tuviera pensado al detalle todo su Sandman. Que Ellis necesite un tiempo para ponerse en situación y que un autor tarde en sacar provecho a sus propios elementos no me molesta. V de Vendetta también es enorme y arranca con un enfoque muy distinto al que sigue su continuación americana que es cuando se alza como una gran obra.
Francamente, valoro el trabajo de guionistas que llegan remontar para series que habían perdido fuelle y/o rumbo (otro día hablaré de Gen 13), pero me parece más meritorio cuando lo hace el guionista que iba por un camino discutible. No es sencillo reconocer los propios errores y remendar tus dejes.
Transmetropolitan no es una serie perfecta en conjunto como obra completa, ninguna lo es. Pero es honesta, tiene personalidad y hace algo tan glorioso como hacer interesante (y emocionante) actividades como el seguimiento de una carrera política o desbaratar una trama de corrupción y trata de blancas por medio de informadores, enrevistas y el llamado cuarto poder.
Enorme a muchos niveles, su alocada visión del futuro con sus contrastes y locuras deja de mojigatas algunas de las idas de olla de Futurama (canibalismo comercializado, los Sex Muppets o teleñecos porno, religiones contactistas que veneran la exploración anal, electrodomésticos con IA adictos a las drogas...) y lo hace terriblemente divertido.
Es en esta faceta tan libre (y si quieren, poco rigurosa) donde puede aportarnos algo ya visto bien remozado y maquillado, como la trama de Angeles 8 y Fred Cristo, lider de un movimiento (o secta) que defiende mestizarse con ADN alienígena conviertiéndose en lo que la ufología define como grises.
Pero no estamos en una sátira social sin más donde la ciencia ficción sirve de excusa para crear trasuntos de instituciones y situaciones reales. En cuanto uno esté familiarizado con estas lides nota que ha habido documentación en pos de posibilidad detrás (aunque sea remota), y aparecen temas transhumanos, la evolución de lo que ahora son impresoras 3D, la nanotecnología o la crionización. No perdamos esto de vista por el cinismo e hipérbole que respira toda la serie. Ninguneamos lo irreverente y lo que contenga humor en cualquiera de sus formas con demasiada facilidad.
Se le puede achacar que abandona la exploración de estos elementos según se va conduciendo (¿o reconduciendo?) a su trama de fondo principal. Que podría ser, hasta cierto punto, posible contar la misma historia eliminando los elementos futuristas; pero Ellis no olvida lo que nos ha ido dando, el propio Fred Cristo y sus seguidores, aparecidos en una historia que cierra su arco en el cuarto número, estará presente de una manera u otra durante toda la serie y será capital para su resolución. Cuando creas historias y se extiende en el tiempo su desarrollo, aprendes a reconocer estos toques que demuestran que estás ante alguien de oficio. Ellis sin duda lo es, aunque tenga días mejores que otros y trabajos mucho mejores que otros. El que nos ocupa es, sin duda, una de sus mejores obras en conjunto, así como es de las mejores series que ha llegado a publicar la (a veces sobrestimada) línea Vértigo.
Mi consejo es hacerse con ella sin prejuicios venidos por el ciberpunk que hallamos podido mascar hasta ahora, ser pacientes y llegar a la primera docena de números para juzgar si nos va o no.
Su historia principal nos toca cerca y con cierta actualidad, me temo. Trata de medios de comunicación, libertad de expresión, investigación periodística y afectar con ello a una sociedad donde se da el hecho que está disociado que dice la gente de ésta viviendo los hechos a píe de calle (por ejemplo, usando Twitter, algo que no pudo predecir Ellis) con la visión que se nos quiera vender (dicho con toda la malicia del mundo) por los medios controlados políticamente.
En cuanto a su entorno, ampliamente disfrutable, resulta ser brillantemente plausible y coherente tal como luego llegan a serlo sus personajes y tramas. Tanto es así, que fue descartado como inspiración directa para la ambientación que debía co-escribir para la (malograda) edición española del juego de rol Cybernet, optándose por hacerlo actualizando la de Cyberpunk 2020, pero el hecho de que se valorara su viabilidad, debería bastar como prueba de su valía. Quien quiera saber como pudo ser aquello que no fue o mi postura sobre modernizar dicho juego clásico metiendo lo ciber en lo punk, puede recurrir a este viejo artículo en Fanzine Rolero donde usaba mis notas para aquel proyecto. Versionar el mundo Transmetropolitan ya veremos, que eso es lo que se esconde tras el nombre de proyecto Afterpunk que se empezó a mencionar hace unos años.
Lo que nos ocupaba en este post, (como siempre, demasiado largo para muchas paciencias y tentaciones de click fuera), ya está tratado. Puede que se os pasase en su momento, que os de sarpullido el tebeo americano, pero incluso si no os interesa la ciencia ficción deberiaís echarle un vistazo a Transmetropolitan, que prácticamente no ha perdido frescura ni actualidad, como suele ocurrir con los grandes temas en grandes historias.
Bonus Track: Una reseña más formal que la mía, con la que no tengo que comulgar, pero con la que ampliarán lo que digo.
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